El sistema
productivo e impositivo no siempre permitió que
todos los hombres que vivían en una
determinada
población tuviesen lo necesario para vivir y, sobre
todo, para cumplir con sus obligaciones fiscales en
relación con el municipio, la corona o la iglesia.
Los censos y
padrones municipales, fundamentalmente, hablan
de ese grupo empobrecido que no puede
hacer frente
a sus impuestos. Todos los insolventes fueron
considerados como pobres. Tan escasa fue su
fortuna y
tan débiles sus ingresos, que hasta se les exoneraba del
pago de impuestos.
En dichos
padrones, se muestra, con frecuencia, una
nutrida masa de pobres (en el sentido de
insolventes
ante el fisco), entre los que se enumeran siempre las viudas, los menores y los ancianos
sólo en
Baeza, con una población de 1.888
vecinos, vivían 549 viudas, es decir, casi 1/3 de la población.
Las viudas
solían vivir con su madre, suegra, hermana,
también viuda y, en el mejor de los casos, con
un hijo
sacerdote. Se ganaban la vida hilando lana, tejiendo,
trabajando como panaderas y, en algún caso,
regentando
algún mesón. Sus tierras, caso de tenerlas quedaban
abandonadas e improductivas.
Ha quedado en la
memoria colectiva la difícil vida y pobreza de la viuda, en el
dicho popular campesino, por el que cuando a alguien
se le quiere
recordar que tiene las tierras muy
descuidadas se le dice, “tienes las tierras como el haza de una
viuda”.
Viudas y
menores fueron numerosos hasta mediados del
siglo XVI
Los
ancianos, carentes de medios y fuerza física,
estuvieron ineludiblemente llamados a padecer todo
tipo de
carencias y a engrosar los gruesos contingentes de
mendigos. Aunque excepcionalmente, esta mis-
ma situación
debieron arrastrar los mismos hidalgos, llegados a
viejos y desvalijados de fortuna y de hijos.
Así lo vio
Miguel de Cervantes en El Quijote, hacia 1615, cuando
hablaba de uno de ellos, que “era viejo,
soldado,
hidalgo y pobre”.
Los menores,
considerados vecinos por defecto de sus
padres, fallecidos, arrastraban una situación aún
más
precaria. Algunos eran empleados como criados o pastores;
otros, más numerosos, engrosaban las filas de los
pordioseros.
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