jueves, 7 de enero de 2016

LOS MARGINADOS DE BAEZA EN EL S.XVI





El sistema productivo e impositivo no siempre permitió que todos los hombres que vivían en una 
determinada población tuviesen lo necesario para vivir y, sobre todo, para cumplir con sus obligaciones fiscales en relación con el municipio, la corona o la iglesia.
Los censos y padrones municipales, fundamentalmente, hablan de ese grupo empobrecido que no puede
hacer frente a sus impuestos. Todos los insolventes fueron considerados como pobres. Tan escasa fue su
fortuna y tan débiles sus ingresos, que hasta se les exoneraba del pago de impuestos.
En dichos padrones, se muestra, con frecuencia, una nutrida masa de pobres (en el sentido de
insolventes ante el fisco), entre los que se enumeran siempre las viudas, los menores y los ancianos
sólo en Baeza, con una población de 1.888 vecinos, vivían 549 viudas, es decir, casi 1/3 de la población.




Las viudas solían vivir con su madre, suegra, hermana, también viuda y, en el mejor de los casos, con
un hijo sacerdote. Se ganaban la vida hilando lana, tejiendo, trabajando como panaderas y, en algún caso,
regentando algún mesón. Sus tierras, caso de tenerlas quedaban abandonadas e improductivas.
Ha quedado en la memoria colectiva la difícil vida y pobreza de la viuda, en el dicho popular campesino, por el que cuando a alguien se le quiere recordar que tiene las tierras muy descuidadas se le dice, “tienes las tierras como el haza de una viuda”.
 
Viudas y menores fueron numerosos hasta mediados del siglo XVI





Los ancianos, carentes de medios y fuerza física, estuvieron ineludiblemente llamados a padecer todo
tipo de carencias y a engrosar los gruesos contingentes de mendigos. Aunque excepcionalmente, esta mis-
ma situación debieron arrastrar los mismos hidalgos, llegados a viejos y desvalijados de fortuna y de hijos.
Así lo vio Miguel de Cervantes en El Quijote, hacia 1615, cuando hablaba de uno de ellos, que “era viejo,
soldado, hidalgo y pobre”.



 

Los menores, considerados vecinos por defecto de sus padres, fallecidos, arrastraban una situación aún
más precaria. Algunos eran empleados como criados o pastores; otros, más numerosos, engrosaban las filas de los pordioseros.

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