Cruz del Lloro |
Hubo que lamentar la pérdida
de muchos de sus más ilustres y predilectos hijos. El odio que algunos de estos
abrigaban contra Carlos V, dióse a manifestar de una manera violenta y harto
lamentable, en el célebre levantamiento de las Comunidades. Lanzándose al campo
algunos nobles al grito de “abajo el emperador”, despojaron al corregidor y a 6
de sus oficiales de las varas de la justicia, nombrando nuevas autoridades,
tanto la ciudad como en las villas, y celebrando numerosas juntas para tratar
de las medidas que deberían adoptarse en contra de Carlos V.
Emperador Carlos V |
Sabedores estos mismos nobles
de la muerte dada al célebre D. Luis de la Cueva, asaltaron e incendiaron las
casas de cuantos creían que fuesen adictos al emperador, contándose entre estas
las del linaje de los Carvajales. Sabiendo después que se encontraban en Jodar
los asesinos de D. Luis, se dirigieron precipitadamente a ésta villa, y no
siéndoles posible apoderarse de ella, incendiaron los campos y destruyeron
cuantos edificios había en sus alrededores.
Luis Carvajal de la Cueva |
Eran los hermanos Pedro y Juan
Alonso de Carvajal, jóvenes celosos en estremo de su honor, y de un corazón
entusiasta y ardiente, siempre que se trataba de glorias de la patria. Vivian
bajo un mismo techo, les animaban unas mismas ideas y unos mismos sentimientos,
y vestían sobre sus armas el mismo manto y cruz de Calatrava.
Juan Alonso de Carvajal |
Profesaban estos dos hermanos,
según afirman varios historiadores, un odio irreconciliable a la familia de los
Benavides, una de las mas nobles y poderosas de la monarquía. Durante el
reinado de Fernando IV (1310) creyéndose los Carvajales ofendidos por el noble
Benavides, y aquellos dos pundonorosos hermanos no pudieron consentir que
quedase sin lavar una mancha que sobre su honor había arrojado su rival
familia. Retaron al efecto a Benavides, y después de una larga y obstinada lucha, los Carvajales
quedaron vencidos, y ahogaron en su pecho el sentimiento de esta derrota y la
vergüenza de aquella ofrenta.
Para desgracia de los
desventurados hermanos, una noche fue acometido en la oscuridad por hombres
armados el privado de Fernando IV, y Benavides, bañado en su propia sangre,
exhaló en los umbrales del palacio su último aliento.
Este suceso indignó
profundamente el ánimo del monarca: había sido asesinado su mas fiel y leal
amigo, y el grito de venganza sonaba en todos los ámbitos del palacio. ¿Quién,
preguntaba furioso Fernando IV, ha dado muerte tan vil y traidora al mejor de
mis amigos? Vosotros lo debéis saber, continuaba preguntando a su servidumbre:
decidlo al punto, o vuestras cabezas rodarán por este suelo.
Nadie respondía: ignoraban
todos quién fuera el autor del aquel horrible atentado.
Fernando IV, apartir de este acontecimiento se le llamó "El Emplazado" |
Desgraciadamente hubo uno a
quien le ocurrió recordar en aquel instante el reciente desafío de los hermanos
Carvajales con el noble Benavides; y entonces Fernando IV, que impaciente por
vengar la muerte de su leal servidor, deseaba encontrar uno sobre quien saciar
su ira y su encono, crispo sus manos, y esclamó con cierta risa que hizo
temblar a cuanto le rodeaban: “ ya sé quien ha sido el asesino: los bastardos
Carvajales han apelado á ese medio inícuo para vencer al mas valiente y
esforzado de mis capitanes: pues bien; pagarán su crímen con una muerte
desesperada y horrible….”
Firme en la creencia, Fernando
IV de que solo a estos hermanos podía atribuirse la muerte de Benevides, salió
con su ejercito precipitadamente de la ciudad de Jaén, y se dirigió al pueblo
de Martos, en donde á la sazón se hallaban los Carvajales. Hechos estos
prisioneros por el Rey, fueron sentenciados, sin que antes se les oyese, a ser
arrojados desde lo alto de la célebre Peña, sin que bastaran a hacer desistir de este bárbaro
propósito las protestas de inocencia de los hermanos, ni el grito de un pueblo
entero, que lloraba la muerte de sus mas leales y predilectos hijos.
La Peña de Martos |
Una mañana, cuando apenas la
luz del día brillaba en las montañas, que rodeaban la pequeña población de
Martos, los Carvajales eran conducidos, entre las lanzas y el llanto
desesperado de los habitantes de aquel infortunado pueblo, hacía la histórica y
memorable Peña, que aun conserva en su cumbre algunos restos de sus gruesos
muros y elevados torreones. Preparada de antemano una gran caja de hierro,
fueron encerrados en ella los dos hermanos, no sin esclamar antes uno de ellos,
protestando por la última vez de su completa inocencia con estas elocuentes y
senciosas palabras: injusto rey, el crímen aun no ha podido manchar la frente
de los Carvajales a quienes condenas a muerte; con la espada del valiente y no
con el puñal del bandido han derramado siempre la sangre de sus enemigos.
Benavides les había ofendido, mas fue victima de la venganza de hombres
inicuos, no de los Carvajales, que han conservado siempre el honor de
caballeros. Nos has condenado a muerte y no la tememos; pero has mancillado
también nuestro honor, y “tiembla, oh rey, si nos han sacrificado tus pasiones”
porque ante la justicia eterna apelamos de tu fallo, y para ante el trono de
Dios te aplazamos dentro de treinta días. Nos juzgará a todos el Señor, y si
eres tu el criminal, “despeñado seas de los pies de su solio con la espada de fuego
de los ángeles, como vamos a serlo nosotros en este monte por las manos de tu
verdugo.
Impasible el rey a esta y a
tantas otras protestas de la inocencia de los dos hermanos, hizo que su
sentencia fuese sin piedad ejecutada, y los desventurados Pedro y Juan Alonso
de Carvajal, fueron precipitados desde lo alto de la Peña. La caja rodó con
gran estruendo hasta la falda de la montaña: los habitantes del pueblo de
Martos, acudieron traspasados de dolor a llorar sobre aquel bárbaro instrumento
de muerte; y los cuerpos magullados y ensangrentados de los dos hermanos,
fueron sepultados en aquel mismo lugar, levantándose sobre el sepulcro una cruz
de piedra, que aún se llama la Cruz del Lloro, y que recuerda las lágrimas allí
vertidas por la injusta muerte de los Carvajales.
Actual Cruz del Lloro situado en la Ciudad de Martos |
Parte
de las Crónicas de Fernando IV, donde se menciona la ejecución de
los Carvajales y la muerte del propio rey:
“É
el Rey salió de Jaén, é fuese á Martos, é estando y mandó matar
dos cavalleros que andavan en su casa, que vinieran y á riepto que
les fasían por la muerte de un cavallero que desían que mataron
quando el Rey era en Palencia, saliendo de casa del Rey una noche, al
qual desían Juan Alonso de Benavides. É estos cavalleros, quando
los el Rey mandó matar, veyendo que los matavan con tuerto, dixeron
que emplasavan al Rey que paresciesse ante Dios con ellos a juisio
sobre esta muerte que él les mandava dar con tuerto, de aquel día
en que ellos morían á treynta días. É ellos muertos, otro día
fuese el Rey para la hueste de Alcaudete, e cada día esperava al
infante Don Juan, segund lo havía puesto con él...É el Rey estando
en esta cerca de Alcaudete, tomóle una dolencia muy grande, e
affincóle en tal manera, que non pudo y estar, e vínose para Jaén
con la dolencia, e no se queriendo guardar, comía carne cada día, e
bebía vino...E otro día jueves, siete días de septiembre, víspera
de Sancta María, echóse el Rey a dormir, e un poco después de
medio día falláronle muerto en la cama, en guisa que ninguno lo
vieron morir. É este jueves se cumplieron los treynta días del
emplazamiento de los cavalleros que mandó matar en Martos...
“
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