Sea como fuere, la mina citada constituyó el principal sistema de abastecimiento de la ciudad hasta que en 1564 se terminó otra red, la del Arca del Agua, de mayor calidad en sus aguas, conviviendo ambas hasta bien mediado el siglo XX, y abandonándose a raíz del nuevo sistema de abastecimiento hídrico derivado del Guadalquivir, junto a Mogón. La mina del Moro responde a la tipología de raigambre islámica de “qanat” (pozo madre y galería drenante con varios pozos de ventilación), y tiene su origen en la zona conocida como Los Llanos, a una distancia de aproximadamente un kilómetro y medio en dirección Noroeste, en las cercanías del extinguido convento de San Buenaventura. La galería entraba en la ciudad por la calle del Valle (en cuya parte más elevada se ha conservado hasta hace poco una caseta de toma de agua correspondiente a uno de los pozos) y finalmente surtía a la fuente del Moro. Desde la fuente del Moro, esta galería alimentaba después a las fuentes de la Estrella y de los Leones.
La tradición local, recogida por el historiador José Molina Hipólito, supone que la fuente del Moro pertenecería a “un moro notable, junto con otras propiedades de las que fue desposeído y entregadas a Pedro Vela; hoy estas propiedades siguen recibiendo el nombre de Pedro Vela”. Aunque cerca de la fuente se levantó en el siglo XIX la casa Vela de Almazán, pensamos que en realidad el nombre deriva más bien de la fama de los ingenieros andalusíes que de esta infundada leyenda (José Policarpo Cruz Cabrera: Las fuentes de Baeza. Universidad de Granada, 1994).
Las primeras noticias documentales sobre la fuente datan de 1593, cuando se hace referencia a “la fuente que dicen del Moro, junto a la Carrera”. Su primitivo pilar se cambió por otro nuevo en 1640, y en 1649 hubo un proyecto de trasladarla a la mitad del Ejido, lo que habría supuesto que dejase de ser un ejemplar adosado, y que finalmente no tuvo efecto.
La fuente del Moro está ubicada en la zona central del amplio Ejido o campo comunal de la ciudad para eras de trilla, ejercicios ecuestres y paseo, por cuya amplitud fue comparado por los cronistas barrocos locales con el Campo Grande de Valladolid, que separaba la ciudad histórica del arrabal extramuros de San Lázaro y a cuyos límites se asomaban diversas fundaciones piadosas, como las ermitas de San Lázaro y Santa Quiteria, la parroquial de San Marcos, los conventos de clarisas de San Antonio, agustinas de la Magdalena, mínimos de San Francisco de Paula, trinitarios calzados y el colegio de San Ignacio, de la Compañía de Jesús, amén de la cruz que recordaba la predicación de San Vicente Ferrer a principios del siglo XV y el monumento del Triunfo a la Inmaculada, de 1666, hecho, a escala menor, a imitación del de Granada. Por tanto, el Ejido era lugar productivo agropecuario, de entrenamiento militar y de esparcimiento y de usos pietistas durante la edad Moderna.
Su acuífero era muy abundante y constante, pero algo salobre, por atravesar la galería drenante algunas capas arcillosas, por lo que no era muy apetecida por la población, salvo en épocas de sequía, cuando la mina del Arca del Agua llegaba a agotarse. Empero, era muy apreciada en los meses estivales para abasto de jornaleros y caballerías que emparvaban mieses en las eras del Ejido. A mediados del siglo XVIII pudo ser concurrido lugar de paseo, cuando se plantó una gran alameda en el citado Ejido, según las nuevas normas urbanas y de salubridad de la España Ilustrada. También estaba vinculada la fuente a las antiguas ferias de ganado. A finales del siglo XIX adquirió su fisonomía actual, al formar parte de un proyecto de hipódromo que intentaba revitalizar los tradicionales ejercicios ecuestres de la “Carrera” del Ejido.
Columnas existentes en el antiguo hipódromo que ahora se encuentran el El Parque del Viviero. |
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