Hubo un alcaide de la fortaleza con un hijo tan aficionado a la caza, que los trabajos de su ejercicio le ocasionaron la pérdida de la vista.
Tan dominado estaba que aún ciego, se hacía conducir por sus criados y se consolaba con oir las voces de los cazadores y los ladridos de los perros.
Un día, fatigado del calor, descansaba sólo, a la sombra de una corpulenta encina, cuando sintió que le tiraban de la marlota y que una voz, cuyo timbre y autoridad le conmovió, le ordenaba levantarse y que se fuese de allí. Contestó que era ciego y que sin guía y sin el auxilio de sus servidores no podía moverse, y entonces se apercibió de una mano, que suavemente le tocaba los ojos, y de la misma voz, que hecho esto, le mandó que los abriese. Hizolo y se encontró en toda la plenitud de su vista.
Mirando en primer término al autor de tal prodigio, halló a una Señora cuya majestad y hermosura le sorprendieron, y habiéndole significado su agradecimiento y ofrecido sus servicios, esta le mandó que como prueba de ellos, dispusiese que se desenterrase de aquel mismo sitio una imagen que existía y que expresó ser suya, y que procurase se venerase decente y decorosamente. Dicho esto la Señora desapareció....
Se procedió al levantamiento del terreno, donde se encontró la anunciada imagen y tras levantarla, brotó debajo una fuente de agua clara y saludable. Mas tarde se construyó una Ermita, cuyo altar se formó sobre la fuente nacida y lugar del destierro, colocándose en él la santa efigie, que los moros miraron siempre con el mas profundo respeto y los cristianos mozárabes visitaban y veneraban bajo el título de la Virgen del Rosell
Fuente:
Noticias y Documentos para la Historia de Baeza. Autor Fernando de Cózar Martínez
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