La conquista de Granada por los Reyes Católicos es uno de los grandes acontecimientos que forman parte de nuestra historia.
Arrojados los árabes
al otro lado del Estrecho, después de siete siglos de continuas y sangrientas
luchas, España tuvo una época sin contiendas bélicas por lo que la población
gozó de cierta tranquilidad.
Los Reyes Católicos se
dedicaron a reconstruir un país devastado por la guerra y afianzar el poderío de
la corona, no sin tener un ojo puesto en el avance de los turcos por el
mediterráneo, para lo cual reforzó sus fronteras con las costas de África.
Regían los destinos de
España, al final del decimoquinto siglo, D. Fernando V y su esposa Dña. Isabel.
En su penosa y árdua tarea eran secundados con los luminosos y acertados
consejos del cardenal arzobispo de Toledo Don Francisco Jiménez de Cisneros,
hombre docto y eminente por más de un concepto, dotado de un exquisito tacto y
prudente energía para llevar a cabo resoluciones adoptadas tras un maduro y reflexivo
examen; cualidades que, unidas a una vasta instrucción, favorecida por un
notable desarrollo intelectual y un amor apasionado por engrandecer su patria.
Esto lo llevó a ocupar uno de los más distinguidos y aventajados puestos entre
los grandes hombres de la historia de España.
Su pensamiento de la
conquista de África le llevó en mas de una ocasión proponerle a los Reyes su
ocupación e incluso llevó a cabo alguna intrusión en aquel continente para ver
si sería posible llevar a efecto sus
pretensiones de conquista.
Uno de los primeros
ejemplos lo encontramos cuando envió a Lorenzo de Padilla en 1492, el cual partió
solo y disfrazado. Este estuvo en aquel continente por más de un año recabando
información del enemigo y trascurrido aquel tiempo, regresó a España, rico de
preciosas y abundantes noticias, que trasmitió inmediatamente a los reyes.
Las graves
complicaciones que surgieron por entonces en nuestras relaciones con varios
estados de Europa aplazaron durante cuatro años este proyecto, hasta que un
incidente inesperado hizo inclinar la balanza a favor de la reconquista de
África.
Presentóse al duque de Medina-Sidonia un moro llamado Mehemet-Bilhá, procedente de África, el cual le informó sobre la facilidad con que podría ser conquistada una ciudad edificada sobre la costa del reino de Fez, cuyo nombre era Melilla.
Presentóse al duque de Medina-Sidonia un moro llamado Mehemet-Bilhá, procedente de África, el cual le informó sobre la facilidad con que podría ser conquistada una ciudad edificada sobre la costa del reino de Fez, cuyo nombre era Melilla.
Recibida la noticia,
dispuso un previo y sigiloso reconocimiento, que encomendó al artillero Ramiro
Lopez de Madrid, con el fin de conocer con exactitud la información recibida
por el moro.
Tras verificar dicha
información y contando con el beneplácito de los reyes, el mismo duque de
Medina Sidonia encabezó un ejército de doscientas lanzas, tres mil peones y
numeroso tren de artillería, junto a diez carabelas y otras siete naves. (5 de
septiembre de 1496) partiendo desde Gibraltar.
Llegó sin contratiempo
al siguiente día a las inmediaciones de Melilla, (aunque otros historiadores
fijan la fecha del desembarco entre el 17 al 18 de septiembre) tomando
inmediatamente tierra y pasando a ocupar la plaza, que se encontró abandonada.
La celeridad y el
secreto mantenido para desempeñar esta empresa fueron claves para pillar a los
moros totalmente desprevenidos.
A toda prisa
comenzaron a construir una fortificación provisional, consistente en un
entramado de madera.
Cuando los musulmanes
se dieron cuenta de lo ocurrido, trataron de reaccionar pero era demasiado
tarde; con la piedra procedente de los antiguos muros desmantelados y los
materiales traídos en los buques, los españoles estaban levantando muros y se
hallaban en condiciones de repeler cualquier ataque.
En noviembre de 1497
se produjo un ataque musulmán, que fue rechazado con facilidad; para evitar que
los españoles ampliaran su cabeza de puente, fue establecida una línea de
fortificaciones, que tenía su centro en Cazaza.
Sostenerse en Melilla era sumamente costoso: la ciudadela carecía de territorio agrícola y las posibilidades mercantiles eran nulas.
Sostenerse en Melilla era sumamente costoso: la ciudadela carecía de territorio agrícola y las posibilidades mercantiles eran nulas.
En definitiva, se
calculaba que los gastos necesarios para esta guarnición pasaría de los cuatro
millones de maravedís, de los cuales Fernando e Isabel se comprometieron a
pagar la mitad y la otra mitad el Duque.
Destinaron para el
mando de las tropas de guarnición al capitán general don Manuel de Benavides, un experimentado
capitán que embarcó en Almuñecar en la primavera de 1498, con cien lanzas, cien
espingarderos y cuatrocientos peones, en relevo de las fuerzas que allí dejara
el Duque.
Así nació una nueva
frontera. Desde entonces hasta el día de hoy, Melilla ha sido,
ininterrumpidamente, una ciudad española.
Fuentes:
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