lunes, 12 de diciembre de 2016

CRISTOBAL DE ROJAS






Cristóbal de Rojas (Baeza,1 1555 - Cádiz, 1614) fue un ingeniero militar y arquitecto español. 

En Toledo obtendría su primera formación humanista, y se le conoce más tarde colaborando como aparejador o ayudante de Juan de Herrera en la construcción del Monasterio de El Escorial.


En el año 1586 se encuentra en Sevilla, donde adquiere un notable prestigio como arquitecto. 

En esta ciudad su obra emblemática es la Iglesia del Sagrario, cuyo proyecto realizó conjuntamente con los maestros Alonso de Vandelvira y Miguel de Zumárraga en 1615, si bien las obras se llevaron a cabo entre los años 1618 y 1662, aunque respetando básicamente el proyecto inicialmente aprobado. 


Iglesia del Sagrario de Sevilla

Vista interior



En el mismo año 1586 colabora como ayudante en labores de reconocimiento de las fortificaciones de Gibraltar y Cádiz y, a partir de ahí, desarrolló una intensa actividad como ingeniero militar, proyectando y construyendo fuertes por tierras de España y del norte de África.


Gibraltar. Juan de Rojas



En 1597, concluye su tratado sobre “Teoría y práctica de la Fortificación”, el primero de este género que se publica en España. Interviene en Sanlúcar de Barrameda en obras de importancia, siendo suya la conocida portada en piedra labrada del compás de la Iglesia de Santo Domingo, de marcado carácter manierista, fechada en 1596 y terminada diez años después. 



Por su condición de arquitecto e ingeniero militar fue designado para la reconstrucción y fortificación de la ciudad de Cádiz tras el violento asalto y saqueo angloholandés de 1596 y a él se deben las trazas para la reconstrucción de la vieja Iglesia de Santa Cruz, arruinada a consecuencia de dicho ataque.






A Rojas se debe el proyecto y diseño del Fuerte de San Felipe de La Mamora, posesión hispana en el norte de Marruecos durante buena parte del siglo XVII.




Su obra más importante fue el proyecto de fortificación de la ciudad de Cádiz, considerada la obra militar más ambiciosa emprendida en el país en tiempos de Felipe II y Felipe III, y de la que perduran importantes elementos como el castillo de Santa Catalina, edificado hacia 1598. 






A su muerte en Cádiz, en 1614, las obras de fortificación de esta ciudad fueron continuadas por el también ingeniero militar Ignacio de Sala, prolongándose durante parte del siglo XVIII.


A lo largo del XVI se había afianzado la opinión de que no cabía levantar una fortificación en condiciones si no mediaba el proyecto de un ingeniero. 

La generalización de las defensas abaluartadas, basadas en rigurosos esquemas geométricos y proporciones matemáticas, hizo que este oficio se hiciese imprescindible a lo largo del Renacimiento. Además, la profesión quedó imbuida de todos los caracteres del Humanismo imperantes en Occidente. 

El ingeniero no sólo debía dominar la traza de muros, fosos y baluartes, sino conocer la técnica de su traslado a figuras tridimensionales, toda vez que frecuentemente se hacían maquetas de los proyectos presentados para que sobre ellas decidiesen el Rey y su Consejo de Guerra. Pero había de ser también arquitecto, en cuanto que proyectista y constructor de edificios. 

Y de soldado, para que, partiendo de su experiencia militar, pudiese diseñar de acuerdo a los requisitos elementales del arte de la guerra. Además, y siguiendo a Francesco de Marchi, debía estar versado en historia, filosofía, música, medicina, leyes y astronomía (. Finalmente, y sin que fuese un requisito ordinario, este tipo de técnico podía ser reputado mercenario, ya que el bagaje de conocimientos sobre las características de las fortificaciones de cualquier frontera podía resultar de enorme interés para un enemigo dispuesto a atacarla.



Fuentes:


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