jueves, 21 de enero de 2016

EL ODIO ENTRE LOS CARVAJALES Y LOS BENAVIDES



Cruz del Lloro





Hubo que lamentar la pérdida de muchos de sus más ilustres y predilectos hijos. El odio que algunos de estos abrigaban contra Carlos V, dióse a manifestar de una manera violenta y harto lamentable, en el célebre levantamiento de las Comunidades. Lanzándose al campo algunos nobles al grito de “abajo el emperador”, despojaron al corregidor y a 6 de sus oficiales de las varas de la justicia, nombrando nuevas autoridades, tanto la ciudad como en las villas, y celebrando numerosas juntas para tratar de las medidas que deberían adoptarse en contra de Carlos V.



Emperador Carlos V




Sabedores estos mismos nobles de la muerte dada al célebre D. Luis de la Cueva, asaltaron e incendiaron las casas de cuantos creían que fuesen adictos al emperador, contándose entre estas las del linaje de los Carvajales. Sabiendo después que se encontraban en Jodar los asesinos de D. Luis, se dirigieron precipitadamente a ésta villa, y no siéndoles posible apoderarse de ella, incendiaron los campos y destruyeron cuantos edificios había en sus alrededores.

Luis Carvajal de la Cueva

Eran los hermanos Pedro y Juan Alonso de Carvajal, jóvenes celosos en estremo de su honor, y de un corazón entusiasta y ardiente, siempre que se trataba de glorias de la patria. Vivian bajo un mismo techo, les animaban unas mismas ideas y unos mismos sentimientos, y vestían sobre sus armas el mismo manto y cruz de Calatrava.


Juan Alonso de Carvajal




Profesaban estos dos hermanos, según afirman varios historiadores, un odio irreconciliable a la familia de los Benavides, una de las mas nobles y poderosas de la monarquía. Durante el reinado de Fernando IV (1310) creyéndose los Carvajales ofendidos por el noble Benavides, y aquellos dos pundonorosos hermanos no pudieron consentir que quedase sin lavar una mancha que sobre su honor había arrojado su rival familia. Retaron al efecto a Benavides, y después de una  larga y obstinada lucha, los Carvajales quedaron vencidos, y ahogaron en su pecho el sentimiento de esta derrota y la vergüenza de aquella ofrenta.

Para desgracia de los desventurados hermanos, una noche fue acometido en la oscuridad por hombres armados el privado de Fernando IV, y Benavides, bañado en su propia sangre, exhaló en los umbrales del palacio su último aliento.
Este suceso indignó profundamente el ánimo del monarca: había sido asesinado su mas fiel y leal amigo, y el grito de venganza sonaba en todos los ámbitos del palacio. ¿Quién, preguntaba furioso Fernando IV, ha dado muerte tan vil y traidora al mejor de mis amigos? Vosotros lo debéis saber, continuaba preguntando a su servidumbre: decidlo al punto, o vuestras cabezas rodarán por este suelo.
Nadie respondía: ignoraban todos quién fuera el autor del aquel horrible atentado.



Fernando IV, apartir de este acontecimiento se le llamó "El Emplazado"




Desgraciadamente hubo uno a quien le ocurrió recordar en aquel instante el reciente desafío de los hermanos Carvajales con el noble Benavides; y entonces Fernando IV, que impaciente por vengar la muerte de su leal servidor, deseaba encontrar uno sobre quien saciar su ira y su encono, crispo sus manos, y esclamó con cierta risa que hizo temblar a cuanto le rodeaban: “ ya sé quien ha sido el asesino: los bastardos Carvajales han apelado á ese medio inícuo para vencer al mas valiente y esforzado de mis capitanes: pues bien; pagarán su crímen con una muerte desesperada y horrible….”

Firme en la creencia, Fernando IV de que solo a estos hermanos podía atribuirse la muerte de Benevides, salió con su ejercito precipitadamente de la ciudad de Jaén, y se dirigió al pueblo de Martos, en donde á la sazón se hallaban los Carvajales. Hechos estos prisioneros por el Rey, fueron sentenciados, sin que antes se les oyese, a ser arrojados desde lo alto de la célebre Peña, sin que  bastaran a hacer desistir de este bárbaro propósito las protestas de inocencia de los hermanos, ni el grito de un pueblo entero, que lloraba la muerte de sus mas leales y predilectos hijos.



La Peña de Martos




Una mañana, cuando apenas la luz del día brillaba en las montañas, que rodeaban la pequeña población de Martos, los Carvajales eran conducidos, entre las lanzas y el llanto desesperado de los habitantes de aquel infortunado pueblo, hacía la histórica y memorable Peña, que aun conserva en su cumbre algunos restos de sus gruesos muros y elevados torreones. Preparada de antemano una gran caja de hierro, fueron encerrados en ella los dos hermanos, no sin esclamar antes uno de ellos, protestando por la última vez de su completa inocencia con estas elocuentes y senciosas palabras: injusto rey, el crímen aun no ha podido manchar la frente de los Carvajales a quienes condenas a muerte; con la espada del valiente y no con el puñal del bandido han derramado siempre la sangre de sus enemigos. Benavides les había ofendido, mas fue victima de la venganza de hombres inicuos, no de los Carvajales, que han conservado siempre el honor de caballeros. Nos has condenado a muerte y no la tememos; pero has mancillado también nuestro honor, y “tiembla, oh rey, si nos han sacrificado tus pasiones” porque ante la justicia eterna apelamos de tu fallo, y para ante el trono de Dios te aplazamos dentro de treinta días. Nos juzgará a todos el Señor, y si eres tu el criminal, “despeñado seas de los pies de su solio con la espada de fuego de los ángeles, como vamos a serlo nosotros en este monte por las manos de tu verdugo.

Impasible el rey a esta y a tantas otras protestas de la inocencia de los dos hermanos, hizo que su sentencia fuese sin piedad ejecutada, y los desventurados Pedro y Juan Alonso de Carvajal, fueron precipitados desde lo alto de la Peña. La caja rodó con gran estruendo hasta la falda de la montaña: los habitantes del pueblo de Martos, acudieron traspasados de dolor a llorar sobre aquel bárbaro instrumento de muerte; y los cuerpos magullados y ensangrentados de los dos hermanos, fueron sepultados en aquel mismo lugar, levantándose sobre el sepulcro una cruz de piedra, que aún se llama la Cruz del Lloro, y que recuerda las lágrimas allí vertidas por la injusta muerte de los Carvajales.



Actual Cruz del Lloro situado en la Ciudad de Martos



 
  Parte de las Crónicas de Fernando IV, donde se menciona la ejecución de los Carvajales y la muerte del propio rey:

     “É el Rey salió de Jaén, é fuese á Martos, é estando y mandó matar dos cavalleros que andavan en su casa, que vinieran y á riepto que les fasían por la muerte de un cavallero que desían que mataron quando el Rey era en Palencia, saliendo de casa del Rey una noche, al qual desían Juan Alonso de Benavides. É estos cavalleros, quando los el Rey mandó matar, veyendo que los matavan con tuerto, dixeron que emplasavan al Rey que paresciesse ante Dios con ellos a juisio sobre esta muerte que él les mandava dar con tuerto, de aquel día en que ellos morían á treynta días. É ellos muertos, otro día fuese el Rey para la hueste de Alcaudete, e cada día esperava al infante Don Juan, segund lo havía puesto con él...É el Rey estando en esta cerca de Alcaudete, tomóle una dolencia muy grande, e affincóle en tal manera, que non pudo y estar, e vínose para Jaén con la dolencia, e no se queriendo guardar, comía carne cada día, e bebía vino...E otro día jueves, siete días de septiembre, víspera de Sancta María, echóse el Rey a dormir, e un poco después de medio día falláronle muerto en la cama, en guisa que ninguno lo vieron morir. É este jueves se cumplieron los treynta días del emplazamiento de los cavalleros que mandó matar en Martos...


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